En este artículo se analiza cómo dos artes de naturaleza independiente –la reproducción de la imagen en movimiento y la música– se unieron embrionariamente desde las primeras proyecciones cinematográficas para constituir una creación artística global, emocional y educativa. La asociación psicológica automática que se produce entre la imagen cinematográfica y el hecho sonoro hace que los dos elementos de la creación audiovisual se perciban con un mismo ritmo y tonalidad. Se propone, por tanto, no descuidar esta dimensión en la formación artística y emocional de los más jóvenes, y se reivindica la conveniencia de una educación musical orientada específicamente a la apreciación crítica de la música del cine.